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Foto del escritorGabriela Binello

HETU. LA SEGUNDA ETAPA EN EL CAMINO DEL DISCERNIMIENTO

Actualizado: 28 feb 2021


(english version at the end of the spanish one)


El ciclo del sufrimiento basado en la ignorancia 

Todas las escuelas, filosofías, cosmovisiones que se remontan al origen de los tiempos, y el yoga es una de ellas, se preguntan de dónde venimos, adónde vamos, el sentido de la vida y de la muerte…. Tarde o temprano se topan con uno de los aspectos que nos identifica como humanos: el sufrimiento.

El yoga también se pregunta por qué sufrimos. Y la respuesta a la que llega es simple: por ignorancia. Porque vivimos sumidos en un halo de ignorancia. Es una ignorancia relacionada con la falta de conexión, con la falta de conciencia desde un sentido profundo de introspección. Muy profundo. 

Entonces, sufrimos porque nos duele la cabeza. Fuimos y seguimos siendo “ignorantes” de todas las señales que nuestro cuerpo nos fue dando hasta llegar a ese dolor. Estábamos tan ocupados mirando para afuera (tenía que trabajar, tenía que ir a tal evento, tenía que estudiar, tenía que buscar a mi hijo al colegio, tenía que divertirme, tenía que ayudar a mi madre, tenía que cocinar, tenía que hacer dieta, tenía que irme de viaje, tenía que entrenar, tenía que cumplir, tenía que ser “…”) que nunca registramos, nunca vimos cuando comenzaron los pequeños síntomas (conciencia de las señales). Esas pequeñas señales nos advertían o nos daban información para revertir un proceso que nos estaba llevando al sufrimiento. Pero en nuestro estado de desconexión habitual fueron inadvertidas.

Yoga habla de que una de las principales fuentes de nuestro sufrimiento es “el cambio”. O nuestra dificultad para adaptarnos al mismo.

Entonces, sufrimos porque no podemos abrazar a nuestros seres queridos. Ni siquiera contemplamos la posibilidad de tantas otras maneras de comunicarnos de manera invisible con nuestros afectos.

Sufrimos porque nuestra pareja no nos dedica la atención que nos profesaba hace 10 años. Nos resistimos a los ciclos naturales de la vida y pretendemos “congelar” una experiencia positiva que tuvimos en el pasado.

Sufrimos por la pérdida de un ser querido. Fuimos y seguimos siendo “ignorantes” acerca de lo que sucede con el fin de la vida. No doy por sentado si es en este plano o en otros. Sólo somos “ignorantes” de lo que sucede al morir.


Estos son ejemplos muy simples que el yoga podría describir como sufrimientos cotidianos y su gran raíz que los alimenta: la ignorancia (desconexión), el apego a lo “finito” (ignorancia de conectar con lo “infinito”). 

Discernimiento. La herramienta para contrarrestar la ignorancia

Pero, ¿cuál es la propuesta entonces? ¿Hay propuesta?

Sí. Yoga da muchas herramientas para lidiar con el sufrimiento y desandar el camino de la ignorancia. Pero la principal de todas las respuestas también es muy simple y es: la capacidad para discernir. Esto, lejos de ser un juego retórico, es una propuesta simple y profunda que se va gestando a través de una búsqueda y una serie de pasos o etapas. El camino hacia la liberación del sufrimiento no es otro que el camino del discernimiento; la capacidad para observar profunda y desapasionadamente, comprender y aceptar.

No se refiere a un conocimiento teórico o un conocimiento que se adquiere leyendo libros o visitando expertos. Todo eso es parte de un desarrollo intelectual necesario hasta un cierto nivel. Sin embargo, el discernimiento al que se refiere yoga está vinculado a la capacidad de conectar(se), observar(se), registrar(se), relacionar(se), transformar(se) desde una dimensión que siempre está anclada en la experiencia. En muchos casos es una experiencia de introspección y silencio mental.

Tampoco se refiere a “conformarse” o “resignarse” al aceptar. La aceptación que sucede por comprender -aún algo que nos genere dolor- es un sentimiento que trae paz. Calma. Liviandad.

El ideal de los estados más refinados de yoga (o sea, estados de conciencia más elevados) se plantea como “no sufrimiento” pero si bien ese ideal suele estar lejos de la mayoría de los humanos, mientras vamos avanzando en ese camino hacia la conciencia y el discernimiento, nos vemos en situaciones en donde sufrimos menos intensamente. O sufrimos menos “cantidad de” tiempo. 


Los 7 pasos o etapas del discernimiento o viveka, según el yoga

Concretamente, yoga menciona 7 niveles en el camino del discernimiento o la muerte de la ignorancia. No son pasos “intelectuales”. Se van sucediendo naturalmente cuando hay práctica. La información deja de estar encerrada en “cajas secretas” y se revela a medida que avanzamos en la búsqueda.

Los 7 niveles:

  • Heya. Reconocimiento de los síntomas que me hacen sufrir.

  • Hetuḥ. Identificación de la causa o posibles causas de esos síntomas.

  • Hānaṁ. Establecimiento de uno o varios objetivos para contrarrestar los síntomas y las causas del sufrimiento.

  • Upāya. Reconocimiento de las herramientas que me permitirán llegar a esos objetivos. 

  • Guṇavṛttiksinam. Reducción de las actividades de la mente y de aquellos aspectos sutiles que la desequilibran.

  • Guṇavṛttipratiprasava. Contrarrestar los desarreglos de las actividades de la mente y sus aspectos más sutiles.

  • Kaivalyam. Comprensión del alcance y limitación de nuestra mente como así de lo que le da vida a esa mente. Identificación clara de la ignorancia. Luz sobre oscuridad. Comprensión y aceptación. Liberación.




Un día cualquiera mi hombro derecho duele. No puedo ni siquiera sostenerlo para taparme la nariz al practicar mis ejercicios de respiración. Otro día cualquiera recuerdo que esto arrancó en India, cuando estaba promediando mi formación en yoga. Y luego le siguió el cuello, adentro, quizás más del lado derecho pero de manera difusa. Mi profesor en ese momento me habla de la tensión. Me da una práctica. La espalda. La “escoliosis”. Mejora un poco pero sigue. La siguiente consulta la hago en India, con otro profesor. Hace una puesta en escena. Me habla de los bloqueos energéticos. Me presiona el abdomen hasta casi hacerme llorar. Habla de mí pretendiendo conocerme más que nadie en este mundo. Salgo de la sesión confundida acerca de esta persona que hasta hace minutos atrás, me inspiraba respeto. Sin embargo, un sentimiento de muchísima claridad predomina por sobre mi pequeña mente que aún se resiste a aceptar lo que vivió y que sigue haciéndose preguntas. El sentimiento tiene voz propia y me dice: “ya no tengo más ganas de que me vengan a informar quien soy”.

La anécdota del profesor de India no es la historia que me interesa contar. Sí la de mi hombro derecho que un día comenzó a doler y todas las “interconsultas” y manuales cercanos de psico-terapias y afines lo diagnosticaban como un dolor vinculado al exceso de responsabilidad; exacerbación de energía expansiva; sobreabundancia de acción….

La “interconsulta” en ese momento indicaba una serie de prácticas que, para resumir en un rótulo pondré, “suaves, femeninas”. Consecuente con mi amor por la disciplina, cumplí al detalle cada una de las prácticas prescritas. Y debo reconocer que me hacían bien. Me gustaba practicarlas. Me gustaba cantarlas. Sin embargo, el dolor interno del cuello persistía y mi dolor de hombro se incrementaba.

Hasta que un día la práctica de yoga se convirtió en una alusión directa a la posibilidad de la maternidad. Justo en el momento en que empezaba a hacerme cargo de que quizás, tal vez quizás, no tenía tanto deseo de ser madre. En esa época coincidieron varios sucesos: la finalización de mi formación en India; la convicción plena de que no me interesaba tener más interconsultas; la aceptación de que algunos de mis colegas de esa época no estaban dispuestos a escuchar lo que tenía para contarles de todo lo que había visto, oído y percibido.

No sé exactamente cuándo fue el momento porque nunca lo llegué a planear pero si sé que un buen día, estaba en otro lugar de trabajo. Sola. Ya sin más colegas. Decepcionada como mínimo. Pero con la claridad de donde pisaban mis pies. Y la liviandad del camino abierto por delante.

Y mi hombro derecho dolía menos. Pero dolía aún.

Fue la época en donde decidí hacer una consulta médica. El diagnóstico de la resonancia no mencionaba ningún trastorno de exceso de “energía expansiva" pero sí me recordaba la escoliosis y mencionaba una tendinitis. De ese diagnóstico surgió algo muy valioso en mi vida: mis sesiones con el que fuera mi kinesiólogo durante los siguientes años.

Mi hombro comenzó a mejorar notablemente luego de las sesiones de kinesiología y osteopatía (concretas, mecánicas, físicas, materiales, bienintencionadas, profesionales) con quien se transformó en un amigo. Y mis prácticas regulares de yoga volvieron a incluir posturas, secuencias, movimientos que durante varios años no había podido hacer.

El kinesiólogo amigo me daba el alta y yo seguía yendo a verlo “por prevención”. Ahora en la distancia también puedo ver que era mi manera de seguir en contacto con un colega. Alguien con quien compartir lo que vivía con mis alumnos de manera abierta y simple.

Lo cierto es que en el algún momento las consultas se fueron espaciando porque mi cuerpo ya no presentaba ningún dolor puntual. 

Sin embargo, mi cuello nunca más había vuelto a “la normalidad”. El estado original de normalidad podría definirse como “no sentir la necesidad de que alguien me empujara de la cabeza hasta acomodarla en su sitio”.

Pasaron los años y aprendí a convivir con eso. Tenía momentos del mes en donde los síntomas podían incrementarse pero nunca se tornaban algo agudo o inhabilitante. Había meses en donde hasta olvidaba que tenía una cabeza.

Un día, al volver de India luego de 36 horas entre aeropuertos y vuelo, decidí hacer una consulta a un nuevo osteopata (el anterior ya no vivía cerca y los encuentros se complicaban por la distancia).

Si bien ya la compresión de mi cuello se había tornado algo natural en mí (samskara), algo me dijo que debía intentarlo una vez más…


-¿En qué puedo ayudarte?

-Bueno, tengo una molestia en el cuello del lado derecho. Todo arrancó….. blablabla…

-Mmmm…. -. El "nuevo osteopata” toma nota y me mira. Con total simpleza y respeto me pregunta: -Bueno, si a vos te parece bien; si estás de acuerdo, yo entraría por tu hígado-.

-¿?…

Mi cabeza, esa misma que a veces le cuesta sostenerse en su lugar, trataba de procesar la información. Tarde.


En el transcurso de esos 50 minutos que dura la sesión, un velo pesado se descorre y comienzan a proyectarse nuevas escenas. Mr “nuevo osteopata” habla cada tanto. Ya no sé lo que dice. Estoy en otro lugar.


La camilla. Las maniobras. Mi hígado pegado al diafragma. El silencio. La temperatura que emana mi cuerpo al ser intervenido sutil y preciso. El hígado. El metabolismo. El fuego. Samana. El balance. Digerir. La zona de enlace entre prana y apana. La vista. La posible perfección de esa ola entre inhalar y exhalar. Miopía. Las posiciones de descanso durante los recreos de India buscando habilitar espacio. Las ojeras. Procesar la información de los sentidos. Hepatitis. La intensidad. Vivir y morir en cada respiración. Pitta. La intolerancia. El ego en su más férrea voluntad de acción. La acción. Los hombros derechos de mi familia. Los hombres de mi familia. Las mujeres. Los hígados de mi familia. El fuego de mi linaje.


Hetu. Segundo paso hacia viveka. Entender los síntomas. Comprender sus causas. Ir a esas causas. Comprenderlas desde un nivel de profundidad tal que te atraviesan las costillas y hacen bailar a tu hígado hasta que se genera el espacio suficiente para que tu cuello se libere y tu cabeza, esa enorme cabeza humanoide de jardín de infantes, conviva feliz en su lugar….




HETU. THE SECOND STAGE ON THE PATH OF DISCERNMENT.

The cycle of suffering based on ignorance

All philosophical schools that go back to the origin of time, and yoga is one of them, ask where we come from, where we are going, the meaning of life and death…. Sooner or later they run into one of the aspects that identifies us as humans: suffering.

Yoga also asks why we suffer. And the answer it arrives at is simple: because we live in a halo of ignorance. It is an ignorance related to the lack of connection, the lack of awareness from a deep sense of introspection. Very deep.

So we suffer because our head hurts. We were and continue to be "ignorant" of all the signals that our body was giving us until we reached that pain. We were so busy looking outside (I had to work, I had to go to such an event, I had to study, I had to find my son at school, I had to have fun, I had to help my mother, I had to cook, I had to diet , I had to go on a trip, I had to train, I had to be “…”) that we never registered, we never saw when the small symptoms began (awareness of the signs). Those little signs warned us or gave us information to reverse a process that was leading us to suffering. But in our usual state of disconnection they went unnoticed.

Yoga says that one of the main sources of our suffering is "change." Or our difficulty adapting to it.

So we suffer because we can't hug our loved ones. We do not even contemplate the possibility of so many other ways of communicating invisibly with our affections.

We suffer because our partner does not give us the attention he/she professed to us 10 years ago. We resist the natural cycles of life and try to "freeze" a positive experience that we had in the past.

We grieve for the loss of a loved one. We were and continue to be "ignorant" about what happens with the end of life. I do not take for granted whether it is on this plane or on others. We are just "ignorant" of what happens when we die.

These are very simple examples that yoga could describe as daily sufferings and its great root that feeds them: ignorance (disconnection), attachment to the "finite" (ignorance of connecting with the "infinite").


Discernment. The tool to counteract ignorance

But what is the proposal then? Is there any proposal?

Yes. Yoga gives many tools to deal with suffering and retrace the path of ignorance. But the main one of all the answers is also very simple and it is: the ability to discern. This, far from being a rhetorical game, is a simple and profound proposal that is being developed through a search and a series of steps or stages. The path to liberation from suffering is none other than the path of discernment; the ability to observe deeply and dispassionately, understand and accept.

It does not refer to theoretical knowledge or knowledge that is acquired by reading books or visiting experts. All of this is part of a necessary intellectual development up to a certain level. However, the discernment to which yoga refers is linked to the ability to connect (oneself), observe (oneself), register (oneself), relate (oneself), transform (oneself) from a dimension that is always anchored in experience. In many cases it is an experience of introspection and mental silence.

Moreover, it does not refer to "conform" or "resign" by accepting. The acceptance that comes from understanding -even something that causes us pain- is a feeling that brings peace. Calm. Lightness.

The ideal of the most refined states of yoga (that is, higher states of consciousness) is posed as "non-suffering" but although that ideal is usually far from most humans, while we are advancing on that path towards consciousness and discernment, we find ourselves in situations where we suffer less intensely. Or we suffer less "amount of" time.


The 7 steps or stages of discernment or viveka, according to yoga

Specifically, yoga mentions 7 levels on the path of discernment or the death of ignorance. They are not "intellectual" steps. They happen naturally when there is practice. The information is no longer locked in "secret boxes" and is revealed as we progress in the search.


The 7 levels:

Heya. Recognition of the symptoms that make us suffer.

Hetuḥ. Identification of the cause or possible causes of these symptoms.

Hānaṁ. Establishing one or more goals to counteract the symptoms and causes of suffering.

Upāya. Recognition of the tools that will allow me to reach those goals.

Guṇavṛttiksinam. Reduction of the activities of the mind and of those subtle aspects that unbalance it.

Guṇavṛttipratiprasava. Counteract the derangements of the activities of the mind and its more subtle aspects.

Kaivalyam. Understanding of the scope and limitation of our mind as well as what gives life to that mind. Clear identification of ignorance. Light over darkness. Understanding and acceptance. Release.

...

One day my right shoulder hurts. I can't even hold it to cover my nose when practicing my breathing exercises. Another day I remember this started in India, when I was averaging my yoga training. And then the neck followed, inside, perhaps more on the right side but diffusely. My teacher at that time talks to me about the tension. He gives me a practice. My back. The "scoliosis". Improves a bit but keeps going. The next consultation is in India, with another teacher. Makes "a staging". He talks to me about energy blockages. He presses on my abdomen until it almost makes me cry. He talks about me pretending to know me more than anyone else in this world. I leave the session confused about this person who, until minutes ago, inspired me with respect. However, a feeling of great clarity prevails over my little mind that still refuses to accept this last experience and continues to ask questions. This feeling has its own voice and tells me: "I no longer want to be told who I am."

The anecdote of the teacher from India is not the story I am interested in telling. Yes, the one on my right shoulder that one day began to hurt and all the "interconsultations" and nearby manuals of psycho-therapies diagnosed it as a pain linked to excess responsibility; expansive energy exacerbation; overabundance of action….

The "interconsultation" at that time indicated a series of practices that, to summarize in a label I will put, "soft, feminine." Consistent with my love for discipline, I complied with each of the prescribed practices in detail. And I must admit that they did me good. I liked to practice them. I liked to sing them. However, the internal neck pain persisted and my shoulder pain increased.

Until one day the practice of yoga became a direct allusion to the possibility of motherhood. Right at the moment when I was beginning to realize that maybe, maybe maybe, I didn't really want to be a mother. At that time several events coincided: the completion of my training in India; the full conviction that I was not interested in having more consultations; the acceptance that some of my colleagues at that time were not willing to listen to what I had to tell them about everything I had seen, heard and perceived.


I don't know exactly when the time was because I never got to plan it but I do know that one day, I was in another place. Alone. No more colleagues. Disappointed, to say the least. But with the clarity of where my feet stepped. And the lightness of the open road ahead.

And my right shoulder hurt less. But it still hurt.


It was the time when I decided to make a medical consultation. The diagnosis of the MRI did not mention any disorder of excess "expansive energy" but it did remind me of scoliosis and mentioned tendinitis. From that diagnosis something very valuable emerged in my life: my sessions with my kinesiologist during the following years .


My shoulder began to improve remarkably after the kinesiology and osteopathy sessions (concrete, mechanical, physical, material, well-intentioned, professional) with whom he became a friend. And my regular yoga practices again included postures, sequences, movements that I had not been able to do for several years.


My "kinesiologist-friend" would discharge me and I kept going to see him "for prevention." Now in the distance I can also see that it was my way of keeping in touch with a colleague. Someone with whom to share what I lived with my students in an open and simple way.

The truth is that at some point the consultations were spaced out because my body no longer had any specific pain.

However, my neck had never returned to "normal". The original state of normalcy could be defined as “not feeling the need for someone to push my head into place”.

Years passed and I learned to live with it. I had times of the month where symptoms could increase but never became acute or disabling. There were months where I even forgot I had a head.


One day, when returning from India after 36 hours between airports and flights, I decided to consult a new osteopath (the old one no longer lived nearby and the meetings were complicated by distance).

Although the compression of my neck had already become something natural for me (samskara), something told me that I should try one more time ...


-How can I help you?

-Well, I have a discomfort in the neck on the right side. Everything started… .. blah blah…

-MMM…. -. The "new osteopath" takes note and looks at me. With total simplicity and respect he asks me: "Well, if that's okay with you; if you agree, I would enter through your liver."

-? ...


My head, the same head that sometimes finds it difficult to hold in place, tried to process the information. Late.


In the course of those 50 minutes that the session lasts, a heavy veil is lifted and new scenes begin to be projected. Mr "new osteopath" speaks every so often. I don't know what he says anymore. I am in another place.

The stretcher. The maneuvers. My liver stuck to the diaphragm. The silence. The temperature that my body emanates when subtly and precisely intervened. The liver. Metabolism. Fire. Samana. The balance. To digest. The connecting zone between prana and apana. My sight. The possible perfection of that wave between inhaling and exhaling. Myopia. My rest positions during breaks in India seeking some space. Dark circles around my eye balls. Processing information from the senses. Hepatitis. Intensity. Living and dying in every breath. Pitta. The intolerance. The ego in its strongest will for action. The action. The right shoulders of my family. The men in my family. Women. The livers of my family. The fire of my lineage.


Hetu. Second step towards viveka. Understanding the symptoms. Understanding its causes. Going to those causes. Understanding them from such a level of depth that they pierce your ribs and make your liver dance until enough space is generated for your neck to free itself and your head, that huge kindergarten humanoid head, live happily in its place ... .


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